Gamificación y juegos serios para enseñar pensamiento histórico: notas desde mi práctica docente

Reflexión personal y profesional sobre el uso de la gamificación y los juegos serios en la enseñanza de habilidades de pensamiento histórico, a partir de mi trayectoria académica y experiencia docente.

Àlvaro Arias-Espinoza

5/8/20244 min read

Cuando comencé a desarrollarme como profesor de Historia y Geografía, mi principal preocupación era cómo lograr que los estudiantes se vincularan de verdad con los contenidos históricos, más allá de la memorización de fechas o nombres. Con el tiempo, y a través de mi formación de posgrado y de distintos espacios académicos, fui entendiendo que enseñar Historia es, en el fondo, enseñar a pensar históricamente: formular preguntas, analizar evidencias, comprender la perspectiva de otros, reconocer la complejidad de los procesos y, sobre todo, conectar el pasado con los desafíos del presente. En ese camino, la gamificación y los serious game se han convertido en una de las herramientas que más han transformado mi práctica docente.

Mi interés por la gamificación y los serious games no nació como una moda ni como un simple intento de “hacer más entretenida” la clase o desarrollar mi tesis de doctorado. Surgió más bien de una incomodidad: observar que, muchos estudiantes ven cada día más Historia como algo lejano, rígido y poco relevante para su vida cotidiana. Paralelamente, veía cómo esos mismos estudiantes se involucraban profundamente en experiencias lúdicas fuera del aula, dedicando tiempo, energía y pensamiento estratégico a videojuegos, dinámicas cooperativas en línea o retos que surgían espontáneamente en sus comunidades.

A medida que avanzaba en mi formación académica, especialmente en el marco de mis estudios de magíster y doctorado en el área de la didáctica de las ciencias sociales, entendí la importancia de proponer la gamificación, simulaciones, narrativas interactivas y diseños de serious game, dentro de la idea de fomentar y desarrollar al aprendizaje.

La práctica docente, requiere, sin duda alguna, pensar la clase como un ecosistema lúdico-narrativo, en el que el estudiantado no solo “recibe” contenidos, sino que asume roles, toma decisiones y enfrenta dilemas propios de la investigación histórica o de la acción ciudadana informada. No se trata únicamente de incorporar puntos, medallas o rankings, sino de construir sistemas de reglas, misiones y desafíos que obliguen a los estudiantes a activar saberes históricos para avanzar. En esa lógica, los serious game permiten simular contextos complejos: una asamblea constituyente ficticia, un conflicto territorial, una negociación diplomática, una comunidad que debe gestionar sus recursos de manera sostenible. Cada decisión implica consecuencias, y en la reflexión posterior aparecen las categorías históricas que necesitamos trabajar.

Esta forma de entender la gamificación se enlaza profundamente con mi interés por la formación ciudadana y por abordar temas controvertidos en el aula. Los serious game ofrecen un espacio seguro para ensayar posiciones, explorar escenarios y confrontar perspectivas que, en un debate frontal, podrían generar resistencias o bloqueos. En un entorno lúdico bien diseñado, el estudiantado se siente autorizado a experimentar, equivocarse, revisar y volver a intentar. Desde la didáctica de la Historia, esto es clave: el error deja de ser un problema para convertirse en insumo, y el conflicto de interpretaciones deja de ser amenaza para transformarse en oportunidad de aprendizaje.

Al mirar mi propio recorrido profesional, veo cómo estas ideas han ido dialogando con otras líneas de trabajo presentes en mi currículum: la preocupación por la convivencia democrática, la reflexión sobre ética profesional, la innovación educativa y la incorporación crítica de tecnologías. La gamificación y los serious games se ubican en ese cruce. No son una técnica aislada, sino parte de una apuesta más amplia por una educación superior que forme sujetos capaces de pensar históricamente y de participar de manera informada, responsable y creativa en sociedades complejas. Por eso, cada experiencia que se diseña debe buscar, movilizar contenidos, abrir preguntas sobre el poder, la memoria, la justicia y el bien común.

En los últimos años, la participación en congresos, simposios y seminarios ha sido también una forma de observar otras experiencias de la comunidad académica. Analizar resultados, discutir marcos teóricos, compartir materiales y escuchar críticas me ha permitido ajustar tanto las propuestas de aula como las líneas de investigación dentro del mundo de la enseñanza de la Historia. Este diálogo entre práctica e investigación es, para mí, una condición necesaria: la gamificación en educación no puede quedar solo en la anécdota motivacional, necesita evaluación rigurosa, reflexión crítica y construcción colectiva de conocimiento.

Al final del día, cuando pienso en gamificación y serious game en la enseñanza del pensamiento histórico, no pienso en una moda metodológica, sino en una forma de tomarse en serio a los estudiantes y su manera de habitar el mundo. Ellos llegan al aula con repertorios lúdicos, culturales y digitales que no podemos ignorar. Integrar esos repertorios a la formación universitaria implica reconocerlos como sujetos activos, capaces de crear, de cuestionar y de reescribir narrativas. En mi caso, esta integración ha ido configurando un perfil profesional que combina la docencia, la investigación y el diseño de experiencias de aprendizaje en las que el juego es vehículo, pero el objetivo sigue siendo el mismo: formar personas que sepan pensar históricamente para comprender mejor el presente y transformarlo con responsabilidad.

Esta reflexión no cierra nada; más bien deja abiertas muchas preguntas que continúan guiando mi trabajo: cómo evaluar de manera justa en contextos gamificados, cómo garantizar la inclusión y la accesibilidad en los juegos serios, cómo evitar la trivialización de contenidos sensibles, cómo articular estos dispositivos con otras metodologías más tradicionales. Son dilemas propios de una práctica que sigue en construcción, pero que, a la luz de mi experiencia y de lo que recoge mi trayectoria académica, se ha revelado como una vía fecunda para renovar la enseñanza de la Historia y la formación ciudadana.